En mi proceso de traducir al inglés el monólogo teatral «Diatriba de amor contra un hombre sentado» de Gabriel García Márquez me encontré en una situación difícil cuando su personaje utiliza en un momento determinado de su diatriba la palabra «jitanjáfora» que me parecía totalmente traída de los cabellos pues no significada nada y carecía de función dentro del texto.

         Entonces pensé que García Márquez me contestaría que precisamente era ésa su función, su absoluta afuncionalidad, igual que su contraparte en los poemas negroides de Palés Matos en donde la sucesión de fonemas sin significado sólo tenían como objetivo su aportación al ritmo del poema igual que el fraseo sin significado de Ella Fitzgerald o Louis Armstrong en un scat jazzístico, y su función sería un homenaje al poeta puertorriqueño.

         Estaría de acuerdo desde un punto de vista literario pero no dramático pues se trata de una obra sincrónica (vista en vivo en el teatro) en donde no tenemos el privilegio que nos ofrece un texto literario cuando en medio de su lectura nos encontramos con una palabra incongruente, como la casquette de Charles al principio de Madame Bovary, que nos llama la atención porque resalta por su singularidad en medio del texto y nos deja atónitos, y podemos darnos el lujo de recoger los pasos y volver sobre el segmento o la palabra que nos causa sorpresa, leer y releer el pasaje cuantas veces se nos antoje, subrayarlo si es preciso para volver a él más tarde si nos damos por el momento por vencidos.

         En el teatro no disfrutamos de este privilegio a menos que utilicemos el “arqueo”, es decir la repetición de la situación y la palabra una segunda vez y luego una tercera ofreciendo finalmente el efecto deseado: la iluminación del espectador de carne y hueso que sonríe satisfecho en su butaca. Pero habría ofrecido un «significado» y, lo que es más importante, habría aportado su grano de arena a la evolución de la acción.

         La poca acción dramática que existe de por sí en «Diatriba. . .» se detiene, nos deja estupefactos, y logra un efecto contraproducente: perdemos el ritmo de la acción pensando en la palabreja y su función del momento, y cuando volvemos en sí al sincronismo de la escena han pasado otros segmentos del texto que son importantes para comprender el desarrollo del monólogo, de su infernal crescendo.

         Mi función de traductor era recuperar esa necesidad teatral de la palabra representada en vivo ante nuestros ojos, en su irreversibilidad contundente.

         En el texto original se lee:

¡Qué tipo! Bueno, pensé yo, esto empieza bien. Así que le solté toda la jitanjáfora, y al final le dije sin más vueltas que tuviera el coraje de darte un empleo.

         Mi versión al inglés:

“What a guy!” I thought, “He started on the right foot.” And right then and there I told him the whole megillah and at the end I asked him bluntly if he had the guts to give you a job.


Este breve ensayo fue originalmente publicado en Ollantay Theater Magazine, Vol. 6, No. 11, 1998; posteriormente en Apuntes. . . (Publicación de SpanSIG, el grupo de español del New York Circle of Translators), Vol. 10, No. 3, verano de 2002, y en La casa de Asterión (Revista Trimestral de Estudios Literarios), Vol. III, No. 10, julio-agosto-septiembre de 2002.