En la variedad está el placer
Cuando en Barranquilla, Colombia pedimos un tutifruti, nos traen a la mesa un coctel o salpicón de frutas. La expresión que se usa en mi ciudad natal se deriva del italiano (tutti frutti, “todas las frutas”), aunque el diccionario de María Moliner lo consigna como una “mezcla de trocitos de fruta variada con que se da sabor a helados y yogures: ‘Un helado de tutifruti’”. Es decir, el uso que se le da en España es igual al que se le da en inglés en los Estados Unidos: un helado con frutas, aunque en inglés algunas veces puede tratarse de frutos secos, y también podría referirse a un sabor.
Por otro lado, no hay que olvidar el papel fundamental que tuvo la canción “Tutti Frutti” de Little Richard en la historia del rock ’n’ roll (“A-wop-bop-a-loo-lop a-lop-bam-boo/Tutti Frutti, all over rootie/A-wop-bop-a-loo-lop a-lop bam boo”), un coro en scat que en sentido literal no comunicaba casi nada pero que unido a sus movimientos eróticos subliminalmente sumía al público en un trance nunca antes experimentado. Little Richard hizo su debut con esta canción en 1955 y en pocos meses ocupó el 17º lugar en los EE.UU. y el 29º en el Reino Unido. Little Richard fue el primer cantante que se maquilló abiertamente y con sus vestimentas llamativas y sus extravagantes y exagerados movimientos impuso un estilo y, visto en retrospectiva, le consolidó como el padre del glam rock.
Ya a finales de los años treinta se utilizaba en los EE.UU. fruit para designar a los homosexuales, especialmente los pasivos, y a principios de los sesenta era una expresión menos ultrajante que sus contemporáneos fag, fairy y queen. Es probable que mucho tuvieron que ver con este renovado uso las excentricidades de Little Richard. Aunque si bien es cierto que ya para estos años empezaron a confundirse dos expresiones que nada tenían que ver la una con la otra: fruitcake (ponqué de frutas) que se utilizaba para designar a un demente, como en la expresión “nuttier than a fruitcake” (más loco que una cabra) que fuera utilizada por primera vez para referirse a Al Capone cuando il capo di tutti capi perdió la chaveta en Alcatraz. (Existe otra acepción para fruitcake, de uso mucho más restringido, que indicaba los galones de campaña, tales como decoraciones y medallas, que lucían en el pecho del uniforme los oficiales del ejército.) No obstante, por extensión nuts no sólo se refería a los trastornados, sino a cualquier persona que pareciera extravagante o excéntrica ante los ojos de las personas “normales”. Hoy por hoy, algunas personas confunden estas dos expresiones pero, como hemos podido observar, sus connotaciones son completamente diferentes: no es lo mismo un fruit (homosexual) que un fruitcake (loco), aunque en Barranquilla y ahora, al parecer, en toda Colombia, se usan “loco” y “marica” indistintamente como muletillas para llamarse entre sí los amigos, sin ninguna connotación “mental” ni “sexual”.
Este uso de nut (fruto seco como la nuez, la avellana, etc.) en inglés se viene a identificar con la cabeza alrededor de 1858, comienza a popularizarse a partir de 1915 para designar a un excéntrico y, desde 1944, para llamar a los orates, desquiciados o casos mentales. Es cierto que con el tiempo este término ha suavizado su carga de alienación para convertirse en una palabra aceptada y cariñosa con la que se designan las más diversas situaciones, como por ejemplo ser aficionado a algo o alguien (I’m nuts about baseball, him, etc.=estoy loco por el béisbol, por él, etc.).
Es interesante recordar el paralelo que existe con el castellano en cuanto a la utilización de la palabra “coco” (originaria del portugués coco o côco) como sinónimo de cabeza (“me rompo el coco”, “comerle el coco” por convencer, “comerse el coco” por devanarse los sesos), o bien como el ser fantástico, supuesto demonio, con el que se asusta a los niños (“te coge el coco”). Moliner también consigna “cuco” con el mismo significado, aunque en Barranquilla “meter un cuco” quería decir contar mentiras.
Y volviendo al tutifruti barranquillero, o salpicón de frutas en las regiones interioranas de Colombia, en los idiomas romances este “coctel” (o cóctel para otros, como los argentinos, españoles, etc.) se conoce como “macedonia”. Aunque en francés existe la macédoine de fruits (ensalada) o de légumes (o legumbres, también conocida como jardinière). Su origen evidentemente es la Macedonia de Alejandro Magno, imperio conformado por pueblos de orígenes muy diversos, la cual empieza a utilizarse con esta acepción en 1778. Ya en el siglo XIX Balzac decía: « Les circonstances qui faisaient de la société, sous l’Empire, une macédoine » (“Las circunstancias que hacían de la sociedad, durante el Imperio, una macedonia”). En italiano también se utiliza macedonia (miscuglio di frutta varia, batiburrillo de varias frutas) para designar el plato con frutas, así como también en el sentido figurado de mezcolanza de elementos heterogéneos. En España se conoce este plato como macedonia, ya sea en castellano, gallego y bable (macedonia), en vasco (mazedonia) o catalán (macedònia). En Portugal se dice macedónia y en el Brasil macedônia. Incluso en inglés, aunque poco utilizada, existe la palabra tomada directamente del francés: macédoine.
El uso que se le da a la macedonia es parecido al francés salmigondis de 1627, cuyos orígenes se remontan a sel o sal y a gondin, que posiblemente se derive de condire o sazonar; sin embargo, no por esto se limita a su significado literal sino que igualmente puede transformarse en lenguaje figurado como cuando el Cardenal de Retz decía en el siglo XVII que el Conde De Brion « faisait un salmigondis perpétuel de dévotion et de péché » (“hacía una mezcolanza continua de devoción y pecado”). Sin embargo, cuando el salmigondis mantiene su connotación culinaria es mejor traducirlo como “ropa vieja” y en este caso recordemos el muy popular guiso cubano. En inglés también existe la palabra, citada por primera vez en 1674 en la cuarta edición de la Glossographia de Thomas Blount, aunque ligeramente metamorfoseada en salmagundi. Según este lexicógrafo, se trataba de un plato de pavo frío y otros ingredientes, aunque en la actualidad designa uno compuesto por carne molida, anchoas, huevos y cebollas, a menudo decorado con hileras de lechuga y servido con aceite y vinagre. Por otro lado, en un sentido figurado, señala cualquier mezcla de elementos surtidos. Es preciso recordar en este contexto la renombrada revista literaria The Salmagundi, originalmente publicada por Washington Irving en 1807, con el sencillo propósito de “instruir a los jóvenes y reformar a los viejos, corregir al pueblo y criticar severamente a nuestros tiempos”, máxima que la Sociedad Literaria Harman adoptaría un siglo después en la resurrección de la revista del mismo nombre. De acuerdo a sus socios, el salmagundi o revoltillo representaba en su caso “el verdadero alimento para el espíritu que la revista constituía”.
Aunque su significado literal y figurado de miscelánea se acerca a otra expresión que cruzó fronteras idiomáticas y se impuso primero en el continente europeo y luego en el americano. Me refiero a la olla podrida española que hizo carrera como pot pourri en todos los idiomas europeos. Es, pues, en su origen española en su acepción culinaria y, posteriormente, se extiende y transforma en mezcla de cosas distintas como, por ejemplo, en trozos de música de varios compositores, o en nociones diferentes sobre las cosas, o en grupo de gentes diversas. No olvidemos los famosos “mosaicos” de la Billo’s Caracas Boys de los años sesenta. (Mosaico también adquiere esta característica como cuando se dice que un “país es un mosaico de pueblos” [del latín, mosaĭcum opus, obra de las musas].) La olla podrida es, según Moliner, “aquel cocido en el que, además de las cosas ordinarias, se pone jamón, gallina y otras cosas especialmente sabrosas”. Este plato obviamente se convierte en las Antillas y en algunos países latinoamericanos en el sancocho, cuyos ingredientes van variando según el país e incluso la región en la que se prepare (no es lo mismo un sancocho puertorriqueño, caleño o barranquillero). Tantas fronteras e idiomas recorre el terminacho que termina reapareciendo en castellano con nuevo ropaje: popurrí, que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) cita como de origen francés y define como “mezcolanza de cosas diversas, cajón de sastre”. Burla burlando la serpiente se muerde la cola o, como bien dicen los franceses, boucle la boucle o riza el rizo, lo que en otras palabras quiere decir que vuelve a su origen.
Es interesante recordar que en Colombia a comienzos de los años setenta los “reporteros investigadores” en cierne, y “vacas sagradas” de hoy, cuando querían “destapar” alguna corrupción en la burocracia o en el mundo político, titulaban sus columnas “La olla podrida”. A todas luces se trata de una distorsión del sentido original de plato suculento. (En cuanto a las vacas sagradas es mejor no tocarlas sino para indicar que la expresión, utilizada universalmente, se deriva del respeto sacrosanto que los hindúes les profesan a estos cuadrúpedos hasta el punto de no poder acercarse a ellos. Esta locución en su avatar occidental obviamente se transformó en un sarcasmo para designar aquellas personas que injustamente detentan el poder en cualquier campo.)
Tampoco hay que olvidar la menestra (del italiano minestra, que en este idioma representa un plato de entrada compuesto de pasta o arroz cocido en caldo o agua con legumbres y verduras, y del cual se derivan la minestrina en diminutivo, y el minestrone en aumentativo, este último de mayor fama internacional y que también adquiere vuelos figurativos en la expresión “fare di tutto un minestrone”, la cual podría traducirse coloquialmente como “hacer de todo un revolú”) – ese guiso que, como nos informa Moliner, está “hecho con distintas verduras mezcladas, arregladas generalmente con pequeños trozos de tocino o jamón, y cocido todo ello con el jugo de las mismas verduras”. En resumidas cuentas menestra y minestra son caras de la misma moneda (de la diosa Juno Moneta, llamada así por la fábrica de monedas que quedaba al lado de su templo) o two sides of the same coin o il rovescio della medaglia o le revers de la medaille, claro que sin caer en maniqueísmos porque no vamos a decir que una sea mejor que la otra, como parecen implicarlo estas expresiones en nuestras hermanas neolatinas y, rizando el rizo, retornamos a mi primera inquietud “todafrutesca”: es preciso darle campo a las disímiles expresiones que conforman nuestro múltiple y diverso mundo dialectal iberoamericano. “Adonde fueres haz lo que vieres”: si visitas España, pide una macedonia, si llegas a Barranquilla no se te olvide transformarlo en tutifruti, si estás en Bogotá pídeles un salpicón de frutas y si por casualidad llegas a Nueva York ni se te ocurra utilizar ninguno de los términos anteriores. Si el mesero (camarero en España o mesonero en Venezuela) que te toca en suerte es mexicano, guatemalteco, ecuatoriano o argentino, no pierdas el tiempo y pídele de una vez por todas un fruit cocktail que no le hará falta ninguna explicación. Seguro que te lo trae al vuelo.
Nueva York, 5 de enero de 2004
© 2004, 2021 Miguel Falquez-Certain
Originalmente publicado en El Malpensante, No. 54, mayo 1 – junio 15, 2004
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